NEBRASKA de Alexander Payne

 

Hay una pregunta a la que nunca he sabido bien qué responder y es la de qué tipo de cine me gusta. Todas las posibles respuestas genéricas que se me ocurren son incompletas.  Si respondo nombrando un género, me siento obligado a aclarar las películas del género que no me gustan.  Si respondo citando a un director o actor, siento una obligación parecida.  Si me limito a enumerar películas sueltas, oculto mi predilección por ciertos géneros y directores.  Normalmente, suelo responder que me gustan las películas sobre personas.  Si les digo la verdad, ni yo mismo podría concretar bien a qué me refiero con eso, pero me suelen gustar las películas que admiten las contradicciones humanas, la falibilidad, el error, el impulso de dar marcha atrás para rehacer el camino andado sólo para terminar reparando en que se está repitiendo exactamente el mismo camino.  Y vuelta a empezar.

 

Nuevamente, es muy posible que no me haya explicado bien y también es posible que la película que hoy les propongo, Nebraska, no cumpla todos esos requisitos, pero me ha gustado mucho porque me parece un ejemplo perfecto de las películas sobre personas.  Nebraska es una road movie, una película de carreteras, pero más bien de carreteras secundarias y desvíos, de paradas imprevistas a mitad de camino para reponer fuerzas y decidir el camino antes de continuar.  Empiezan las imágenes en blanco y negro austero, nada decorativo, y vemos a un señor que bordea los ochenta años, caminando torpemente por una carretera antes de que un coche de sheriff se pare a un lado a ayudarle.  La primera pregunta lógica no tardará en ser respondida. ¿Quién es este hombre, de dónde viene y qué hace ahí?  Woody, que así se llama, es víctima de publicidad engañosa, pero no lo sabe.

 

Con la cabeza algo despistada en ocasiones, da por buena una carta que recibe diciéndole que ha ganado un millón de dólares en un sorteo y que, para recoger el premio, debe desplazarse a una ciudad del estado de Nebraska situada a muchos centenares de kilómetros de la suya de residencia.  Aunque la mujer y los dos hijos intentan disuadirlo, la inocente terquedad del anciano y su empeño en ir a Nebraska de cualquier modo, incluso caminando, consiguen que el menor de los hijos ceda y le proponga llevarlo en su coche.  Por el camino paran en la ciudad de origen de Woody, se reencuentran con parte de su familia y antiguos conocidos y sufren toda la gama de agridulces peripecias que se puedan imaginar.

 

Sin subrayados ni obviedades, con una transparencia que no necesita exhibir pomposamente su discurso, Nebraska va dibujando un paisaje humano de personas que tratan de remediar y asumir sus responsabilidades por lo que hicieron mal, aunque esta asunción sea por medios más o menos pintorescos.  El retrato del telón de fondo también es físico: un paisaje de enormes extensiones de terreno en que las plantaciones de cereales se pierden en el horizonte.  Poblaciones en declive, de desolador abandono, donde seguramente lo más interesante que se puede hacer es sentarse en una silla al borde del camino a ver pasar los días.

 

Demasiado discreto el director Alexander Payne como para sacarse de la chistera un recorrido y desenlace de grandilocuentes aprendizajes morales que probablemente no creería nadie, sí tiene sin embargo el suficiente sentido de la humanidad (¡películas sobre personas, recuerden!) como para darle a los personajes su ocasión.  Donde Los descendientes extendía el manto protector de los padres sobre los hijos, Nebraska examina el reverso del mismo manto, cediendo al entrañable Woody su momento para brillar con dignidad.  Lo que resulta aún más loable si se piensa que permitir este destello es una elección de quien lo hace posible.  Y de quien rueda la película.

3 pensamientos en “NEBRASKA de Alexander Payne

    • ¡Hola, Alejandro! Por fin se ha solucionado la espinosa cuestión de mi «impericia técnica». Espero que te guste la película, si tienes ocasión de verla. Muchas gracias por asomarte por aquí. A ver si a la próxima, las maquinitas no me juegan una mala pasada, ¡jajaja! Un abrazo.

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